(CEV) "Los Quadernos 1944", p. 49
Jesus dice: "(Hechos de los Apóstoles, 10.) «Mi discípulo dice: "Dios es Caridad y quien tiene caridad lo tiene a Dios. ¿Cómo puede decir alguien que ama a Dios, si no ama a los propios hermanos?"
No se llama aquí hermanos a los hijos de la misma sangre ni tampoco a los hijos de una sola nación o a los de una sola religión.
Sois todos hermanos porque única es la cepa: Adán, y único el origen: Dios. Aunque seais latinos, arios, asiáticos, africanos, civilizados o no, no os crearon progenitores diversos sino un único Creador: vuestro Dios, que es Señor de los Cielos y Padre de todos los seres vivientes.
Los hijos que más ama su corazón son los regenerados en el Bautismo de Cristo.
Los hijos más dilectos y herederos, junto con el Hijo, de la Ciudad celeste, son los que viven la doctrina de Cristo. Mas, si son diversos el nivel de la paternidad y, por consiguiente, la categoría de los hijos, siempre es única la semilla - tanto la natural como la sobrenatural - que os generó: Dios, Padre divino; Adán, padre terrenal.
Por lo tanto vosotros, los que queréis ser "perfectos" no por perversa arrogancia de la mente sino para obedecer a mi dulce mandato, que os dice: "Sed perfectos así como es perfecto mi Padre"', vosotros no debéis albergar sentimientos de desprecio o repugnancia hacia quienes no son como vosotros "cristianos" de hecho o católicos de nombre.
No debéis decir: "Visto que no es religioso, visto que es un hereje, visto que es pagano, para mí este ser es un reptil, un inmundo animal, causa de repugnancia y escándalo".
Una sola cosa debe provocaros repugnancia y ser causa de escándalo, porque se trata de inmundicia y corrupción. Es vuestra relación con Satanás, que arruina vuestro espíritu y os hace repugnantes a los ojos de Dios. Esto es lo que tenéis que eludir, evitar, rehuir hasta con el pensamiento. Sólo esto.
Pero si sois o queréis ser "hijos de Dios", verdaderos hijos de Dios, debéis ser generosos con los hermanos pobres de espíritu, con los de espíritu indigente, con los de espíritu enfermo, con los de espíritu impuro.
Son pobres los idólatras; indigentes, los herejes; enfermos, los pecadores; impuros, los que están desviados por doctrinas aún más nefastas que las de las religiones cristianas menores, que creen en Cristo pero no son un ramo del árbol verdadero sino un ramo no injertado en Cristo y, por tanto, un ramo silvestre, que da frutos agrios, indignos del altar celestial.
Debéis obrar así, pues si la bondad de Dios juzga con ecuanimidad las acciones de todos y concede un premio a los "buenos" porque es cosa justa, dicho premio no será nunca tan fúlgido y pletórico como el de los que son los verdaderos hijos de la verdadera Iglesia.
Mucho se le perdona al que mucho ama y cree en otra religión pensando que está en lo justo. Mas, dado que el Evangelio se predica también en esos países que están separados de Roma, también mucho se le pedirá a esos sordos que no quisieron oír la Voz y ver la Luz de Jesucristo, que está vivo en su Iglesia Apostólica Romana.
Mas no es a vosotros, los católicos, a quienes compete juzgar. He dicho: "No juzguéis".
He dicho: "Quita antes la viga de tu ojo y luego la paja del ojo de tu hermano". ¡Oh, cristianos católicos de fe menoscabada, de caridad demasiado incierta, en quienes las cuatro virtudes cardinales se han extinguido!, muchas vigas hay en vuestros ojos. Son muchas; demasiadas.
Cuidad que no os suceda que idólatras y gentiles os superen en el amor de Cristo y merezcan ser alabados antes que vosotros por su segura fe en la religión de sus progenitores, por su caridad hacia el Dios conocido, por las virtudes que practican generosamente.
El amor purifica aun lo impuro y profano. El amor purificó a María de Magdala y a Leví. Podemos comparar las religiones no católicas a estos dos seres que el Evangelio nos muestra redimidos, redimidos por el amor.
Podemos comprender, ¡oh, hijos!, que los creyentes de esas religiones, que viven en el amor de Dios tal como les fue enseñado (y, a lo más, Dios interrogará sobre el motivo del error a los responsables de su separación de Roma), para Mí son puros por la caridad que vive en ellos.
Lo repito: se les preguntará por qué no quisieron aceptar el Evangelio predicado por Roma; mas no se les negará la mirada de Dios, porque su altar impuro, el altar de su espíritu, ha sido purificado por el amor.
Recordad las palabras de Pedro: "Reconozco que Dios no hace distinciones entre las personas y que, en cualquier país, le es grato 'quien le teme y pone en práctica la justicia"'. Por eso, sin soberbia en la mente ni falta de caridad en el corazón, mirad con espíritu ultraterreno a los hermanos separados de Roma y derramad sobre ellos vuestro amor operante para unirles a la Roma de Cristo. Hacedlo, cualquiera que sea el error que cometieron.
Si os eleváis más allá de la carne y la sangre, más allá del pensamiento humano, no podrá dañaros el contacto de la carne y de la mente porque viviréis en zonas que el contagio no alcanza. Quedaos en Mí. Yo soy la defensa del que vive en Mí.
Y derramad sobre todos esa caridad que en mi corazón vive para todos y es maestra de todos.
La comunión de los santos no se limita a los hermanos en la fe. Se derrama sobre todos los seres vivientes porque el Primero que la estableció y ejercitó fui Yo, que por todos derramé mi Sangre.
La plegaria por todos los que están separados de Mí - ya sea por cismas, doctrinas, sectas o herejía - no es más que celo por mi Causa.
No es más que imitación de vuestro Maestro, que no le ahorró a Sí mismo ningún dolor, con tal de lograr que los hijos separados fueran conducidos a Dios, al Padre santo.
Me dirijo a vosotros, ¡oh perlas de mi rebaño, mis almas penitentes, mis copias perfectas, mi consuelo y mi gloria!
El sufrimiento - oro puro de vuestro amor, sangre del corazón de la mística comunión de los santos - es el que, a igual que el mandato de Cristo', arranca de la muerte a los muertos.
Y esta resurrección del espíritu es infinitamente más alta y preciada que la de la carne; ya lo veréis en el Cielo, cuando me oigáis exclamar: "¡Benditos!" hacia todos vosotros que, como evangelizadores ocultos pero más poderosos que tantos sacerdotes poco solícitos, ya habréis conquistado para la Verdad a los no circuncisos de hoy».