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Id a confesar vuestros pecados a Mis ministros, los sacerdotes (Evitad el Infierno)

Tus confesiones serán un alivio y una gran fiesta en el Cielo. No os demoréis, llegarán los tiempos en que los sacerdotes no serán tan numerosos para absolveros, aprovechad su disponibilidad actual

(Importante, leer todo...) Anno Domini 2020, domingo 14 de junio

Id a confesar vuestros pecados a Mis ministros, los sacerdotes (Evitad el Infierno)

(DeepL Translator) "Tengo necesidad de Mis hijos, tengo necesidad de cada uno de vosotros. Os amo y os acojo en Mí. He rescatado a Mis hijos a través del Sacrificio de la Cruz. Os he llevado a cada uno de vosotros en esta tortura y ni por un momento hubiera querido que fuera diferente. Sí, hubiera querido que Adán y Eva permanecieran en Mi amistad, pero, desde el momento en que perdieron la amistad divina, no me arrepentí ni un instante de haber pagado por su salvación y la de la humanidad. Era una cuestión de Amor, era una cuestión de vida o de muerte eterna, y esto era tan insoportable que habría sufrido mil muertes si hubieran sido necesarias tantas para traerlos a Mí.

La muerte eterna es la cosa más terrible que existe y es inconcebible que tantas criaturas se precipiten en ella sin la menor vacilación. Les horroriza sumergirse en ella, pero en modo alguno desean pedir perdón por su rechazo de Dios. Prefieren el horror al arrepentimiento, el destierro eterno a la contrición. El orgullo es su marca, su característica, e incluso en las profundidades de la abominación infernal se destrozan unos a otros porque piensan que no son, o han dejado de ser, lo que son.

Odian a sus semejantes, se burlan de ellos, los desprecian, los insultan, se miden entre sí, se acuchillan y se pelean horriblemente. Pasan así su tiempo en la más profunda desesperación, el más profundo aborrecimiento de los demás, la astucia, la hipocresía, la mentira, los celos, la crueldad, la execración. Discuten, se destrozan, se devoran y se acusan mutuamente de los peores males. Se espían mutuamente, se acusan, se calumnian, se intimidan, y estas palabras son poca cosa comparada con lo que realmente son. Si una persona llegara a ser como ellos, sería condenada a muerte sin la menor vacilación.

Estos seres humanos, a los que no les queda nada de humano cuando se dirigen a este abismo, como Judas, podrían haberse salvado si, con el menor atisbo de humildad, se hubieran dirigido al Señor Jesucristo para pedirle perdón. Pero pedir perdón es humilde, persistir en la negación es una falta imperdonable hacia el Amor. Tantos seres humanos se niegan, unos por tal o cual adicción, otros por tal o cual defecto de comportamiento. No quieren reconocer sus debilidades. Algunas almas van al infierno por pecadillos cuando una palabra, un reconocimiento las habría salvado. La culpa de estas almas que se convirtieron en infernales no fue su gran defecto, sino su negativa a admitirlo.

Su defecto de vanidad, por ejemplo, les lleva al camino de la perdición cuando les habría bastado con reconocerlo y admitir el arrepentimiento. Las almas que son así atrapadas por los demonios en el momento de sus muerte física se arrepienten amargamente, pero si volvieran a hacerlo en el momento de su decisión, seguirían negándolo. Sus almas se han vuelto malvadas, y aunque sus faltas no sean de las peores, su malignidad se ha convertido en su estado; si reconocen sus errores, no los rechazan ni tratan de corregirlos.

Judas había reconocido su falta, había dicho: "He pecado entregando sangre inocente" (Mt 27,4), pero, al entregarse a la muerte en la horca, persistió en su negativa a humillarse a los pies de Jesús. Esta negativa fue lo contrario de las lágrimas de Pedro tras su triple negación. Lloró amargamente y confesó con una simple mirada (Lc 22, 61-62).

Así, diabólicamente, muchas almas orgullosas y rígidas no se confiesan y mueren en sus pecados. Los que sí se confiesan se salvan. La bondad de Jesucristo es tan grande que no puede rechazar el arrepentimiento de las faltas, mientras que el alma altiva y orgullosa se envolverá en su falsa grandeza y preferirá la desdicha eterna a la humildad.

Mis queridísimos hijos, id a confesar vuestros pecados a Mis ministros, los sacerdotes que os esperan y que están tan contentos de perdonaros en Mi Nombre. Venid a acusar vuestras faltas, es tan fácil hacerlo puesto que Yo ya las conozco. No Me enseñarás nada, Yo lo sé todo, conozco tus debilidades, tus errores, tus adicciones, tus dificultades para luchar contra tus debilidades. Te espero y te ayudaré a superarlo todo. Yo soy tu Salvador, no lo olvides.

Te quiero mucho y tus confesiones serán un alivio y una gran fiesta en el Cielo. No os demoréis, llegarán los tiempos en que los sacerdotes no serán tan numerosos para absolveros, aprovechad su disponibilidad actual. Os bendigo, hijos míos.”

Fuente: srbeghe.blog