(CEV) "El Evangelio como me ha sido revelado", Vol. X, p. 11
Pedro niega de conocer a Jesús
El alba avanza fatigosamente, glauca. Una orden ha sido dada: llevar de nuevo al Prisionero a la sala del Consejo para un proceso más legal. Es el momento en que Pedro niega por tercera vez que conoce al Cristo, cuando Él pasa ya marcado por los padecimientos. Con la luz verdosa del alba, los moratones parecen aún más atroces en el rostro térreo, los ojos más hundidos y vítreos: un Jesús empañado por el dolor del mundo... Un gallo lanza al aire apenas móvil del alba su grito burlón, sarcástico, pícaro. Y en este momento de gran silencio que se ha creado ante la presencia de Cristo, sólo se oye la voz áspera de Pedro decir:
Pedro: «Lo juro, mujer. No le conozco»
No le conozco»: afirmación seca, segura, a la cual, como una carcajada burlona, responde en seguida el ribaldo canto del gallito.
Pedro reacciona. Se vuelve para huir, y se encuentra a Jesús de frente, mirándole con infinita piedad, con un dolor tan intenso y sentido [...] Pedro experimenta un conato de llanto. Sale, tambaleándose como si estuviera borracho. Huye detrás de dos domésticos que también salen. Se pierde cuesta abajo por la calle todavía semiobscura.
Jesús es conducido a Pilato
Jesús entra en el Pretorio en medio de los diez asteros [...] Los hebreos, dado que el atrio está por el frente todo abierto, y elevado sobre tres altos escalones respecto del vestíbulo, ven todo perfectamente, y hierven por dentro. Pero no osan rebelarse por miedo a la lanzas y jabalinas [...]
Pilato: «¿Qué acusación traéis contra Él? Me parece un hombre inocuo...».
Fariseos: «Si no fuera un malhechor, no te lo habríamos traído»
Y con el afán de acusar dan unos pasos hacia delante. [...]
Scribas y Fariseos: «Hemos visto que éste introducía el desorden en nuestra nación e impedía pagar el tributo a César, presentándose como el Cristo, rey de los judíos».
Pilato vuelve a acercarse a Jesús, que está en el centro del atrio (¡tan clara se ve su mansedumbre, que los soldados le han dejado allí, atado pero sin custodia!). Y le pregunta:
Pilato: «¿Eres Tú el rey de los judíos? [...] Tu nación y los jefes de ella te han entregado a mí para que juzgue. ¿Qué has hecho? Sé que eres leal. Habla. ¿Es verdad que aspiras a reinar?»
Jesús: «Mi Reino no viene de este mundo. Si fuera un reino del mundo, mis ministros y soldados habrían luchado para impedir que cayera en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de la Tierra. Y tú sabes que no tiendo al poder».Pilato: «That is true. I know. I have been told. But You do not deny that You are a king?"
Jesus: «Tú lo dices. Yo soy Rey. Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad. El que es amigo de la Verdad escucha mi voz».[...]
Pilato: «¿Y qué es la Verdad?»[...]
La muchedumbre, temiendo perder la presa [...] Gritan: «¡Es un rebelde!»; «es un blasfemo»; «incita al libertinaje»[...] Pilato piensa... y decide. «Una centuria, y éste donde Herodes. Que le juzgue él. Es súbdito suyo. [...]
Jesus es llevado a Herodes
Ya está en la sala en presencia de Herodes. Y detrás de Jesús [...] entran como acusadores embusteros los fariseos escribas, que aquí se sienten a sus anchas.
Herodes: He oído que te acusan de haberte alzado contra Roma. ¿Pero no eres Tú la vara prometida para castigar a Asur?».
Jesús calla.
Herodes: «Me han dicho que profetizas el final del Templo y de Jerusalén. Pero, dado que existe por voluntad del Eterno, ¿no es eterno el Templo como espíritu?»
Jesús calla.
Herodes: ¿Estás loco? ¿Has perdido el poder? ¿Es que Satanás te traba la palabra? ¿Te ha abandonado?».
Herodes ahora se ríe.[...]
Herodes: «Basta. [...] Estás loco. Una túnica blanca. Ponédsela para que Poncio Pilato sepa que el Tetrarca ha juzgado loco a su súbdito. [...]
Y Jesús, atado de nuevo, sale, con una túnica de lino que le llega hasta la rodilla, encima de la túnica roja de lana. Y vuelven donde Pilato.[...]
Jesus vuelve donde Pilato
[Pilato] va hacia la muchedumbre, aunque también esta vez se detiene en la mitad del vestíbulo.
Pilato: «Hebreos, escuchad. Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo. Delante de vosotros le he examinado y no he hallado en Él ninguno de los delitos de que le acusáis. Herodes no ha encontrado más que yo. Y nos le ha devuelto. No merece la muerte. Roma ha hablado. De todas formas, por no contrariaros privándoos de la recreación, os daré a cambio a Barrabás. Y a Él mandaré que le den cuarenta azotes. Así basta».
Muchedumbre: «¡No, no! ¡No a Barrabás! ¡No a Barrabás! ¡A Jesús la muerte! ¡Y una muerte horrenda! Libera a Barrabás y condena al Nazareno».
Pilato: «¡Pero oíd! He dicho fustigación. ¿No es suficiente? ¡Entonces mandaré que le flagelen! ¿Sabéis que es atroz? Puede morir por ello. ¿Qué mal ha hecho? No encuentro ninguna culpa en Él, así que le liberaré».
Muchedumbre: «¡Crucifica! ¡Crucifica! ¡A muerte! ¡Eres un protector de los malhechores! ¡Pagano! ¡Tú también otro satanás!»
Pilato:«Que sea flagelado» ordena a un centurión.» […]