(CEV) “Los Quadernos 1945-1950”, p. 384
Jesus dice: “Por lo general, cuando se explican los diez mandamientos se dice que comienzan con los tres dedicados al culto de Dios, porque Dios tiene precedencia y todo lo que es de Dios debe tenerla sobre todo otro ser o cosa.
Es una explicación justa, pero esta explicación común no es la única para aclarar el orden dado a los diez mandamientos.
Siendo Dios la perfección, podía haber sido colocado en el vértice de la escala ascensional de la perfección y podía dársele el culto y el honor cuando la criatura se hubiera hecho digna de dárselos, tal como conviene, por ser ya “justa” en todas las cosas de la Tierra.
Mas, ¿crees que entonces habría sido posible honrar a Dios y practicar su culto?
Te lo digo Yo: no habría sido posible nunca. ¿Por qué te lo digo, alma mía?
Escúchame bien. ¿Qué es Dios? Es Caridad, Bondad, Sabiduría, Fuerza, Potencia. Es el Todo. Es la Perfección.
¿Qué es el hombre?
Es un alma prisionera en una carne anhelante y fuerte en cuanto a los apetitos nocivos, débil en cuanto a las buenas intenciones, un alma que, además del peso y las consecuencias del peso de la materia que la envuelve, lleva el peso y las consecuencias de la culpa de Adán, mancha borrada, obstáculo abatido para dejar lugar a la Gracia, pero culpa cuyos estímulos aún no están sofocados, culpa embestida por los vientos del mundo y de Satanás.
El hombre es debilidad, egoísmo, ignorancia, impotencia, imperfección. Es todo esto a pesar de los dones gratuitos de Dios porqué, por lo general, tales potentes dones no son utilizados por el hombre con una voluntad inteligente y amorosa.
Por lo tanto, quedan inertes, estériles. El hombre vuelve estériles estas potentes levaduras, estas potentes medicinas, estos gérmenes potentes, con su apatía, con su negligencia, con su incredulidad, o con el máximo mal, que es el odio hacia Dios.
Así el hombre aprisiona estos dones, los amordaza, los humilla, los pisotea, los rechaza. Y, al hacerlo, rechaza también al Donador de los mismos: rechaza a Dios, Uno y Trino.
Y, al separarse de Dios, el hombre es una nada, no es capaz de nada, porque la unión con Dios es vida, porque la unión con Dios es potencia, porque la unión con Dios es fortaleza, porque la unión con Dios es sabiduría, porque la unión con Dios es templanza, es justicia, es prudencia, es bondad, es misericordia, es caridad, o sea, es ser hijos de Dios que tienen semejanza con el Padre en el espíritu y en las virtudes.
Sin Dios, el hombre puede ser sólo un bruto salvaje o, más que un bruto, un demonio, porque el bruto se deja dominar por el hombre, se domestica, se doblega ante la potencia que se llama “hombre”, se doblega con amor o por amor – en los brutos más desarrollados y domésticos – o con temor.
El hombre ha convertido a los animales, que al principio eran libres y salvajes, en sus súbditos y ayudantes y también en amigos por cierto no despreciables. Muchos hombres tendrían que aprender de los animales amor, fidelidad, paciencia, obediencia.
Luego, los animales saben amar y obedecer, ser fieles. Muchas veces, los hombres no saben doblegarse ante la potencia llamada Dios. Luego, son demonios, porque sólo los demonios son perpetuos rebeldes. He dicho que los hombres no saben doblegarse.
¡Oh, Dios no os impone doblegaros ante Él!
Os pide que os arrojéis en sus brazos paternos, no que os dobléis bajo el bastón, el látigo, el yugo, las riendas, como los animales, sino bajo el amor, bajo la caricia del amor de Dios.
Os pide que os dobléis sobre su regazo de Padre y que le escuchéis mientras os explica lo que está bien y subraya sus palabras con caricias y gracias.
¿Por qué no hacéis lo que sabe hacer el animal hacia el que lo domestica o lo ama?
Comparado con el animal, es grande la potencia y perfección del hombre.
Pero la potencia y perfección de Dios es infinita respecto a ese átomo que es el hombre, quien es grande respecto a los animales sólo gracias al alma, que le viene de Dios, y puede llegar a ser grande también ante Dios sólo por cuánto sepa engrandecer su alma, recreándola en la perfección.
Una vez hecha esta premisa, vayamos ahora a la lección sobre la sabia justicia, sobre la bondad paterna de Dios al ordenar al hombre primero la perfección hacia Dios, luego la perfección hacia el prójimo.
Además de la justa regla de precedencia hacia el Supremo en la práctica de su culto, el orden mantenido en los diez mandamientos es debido a un perfecto pensamiento de amor paterno de Dios hacia los hombres, que Él quiere que sean eternamente bienaventurados en su Reino.
Cuando el hombre pone en práctica los tres primeros mandamientos, ama a Dios y, por eso, vive en Dios y Dios vive en él. Al ser tan “vivos” por la vida de Dios que se comunica en la plenitud de sus dones al hijo en cuya intimidad habita, los hombres, con su parte más agresiva (la humana), pueden llevar a cabo la justicia.
Reconocer a Dios por único Dios, honrarle, rezarle, no caer en idolatría, no vituperar el Nombre Santísimo, son actos del espíritu y el espíritu, el alma, siempre tiene una agilidad mayor para llevar a cabo lo que le es ordenado, lo que siente que es justo, lo que espontáneamente, instintivamente. siente que debe dar a su Creador, que sabe que existe como Ente Supremo.
Ya te he explicado esto a su debido tiempo respondiendo a las objeciones acerca del “recuerdo que las almas tienen de Dios”‘.
Pero la carne, ¡oh, la carne!, ¡es la bestia rebelde y golosa!.
Es la materia que más fácilmente es acicateada, intoxicada e inflamada por la tentación, por el veneno, por el fuego de la Serpiente maldita.
Y para saber resistir, debe estar sostenida por un espíritu fuerte, fuerte por su unión con Dios. Lo he dicho: “Si no sabéis amar a Dios, ¿cómo podréis amar a vuestro hermano? Si no amáis al Bueno en absoluto, al Benefactor, al Amigo, ¿cómo podréis y sabréis amar a un semejante vuestro que sólo raramente es bueno, benéfico, amigo?”.
Desde un punto de vista humano, de hombre-animal a hombre-animal, no podríais hacerlo. Sin embargo, si no amáis al prójimo, no amáis a Dios y, si no amáis a Dios, no podéis entrar en su Reino. Es por eso que, entonces, el Santísimo Padre os enseña a amarle primero a Él.
Como un Maestro enormemente sabio primero os instruye, os cría y fortalece en el amor dándose a vosotros Él mismo, el siempre Bueno, para que le améis. Luego, después que el amor os ha unido a Él y ha establecido en vosotros la morada de Dios, os impulsa a amar a los hermanos, al prójimo y, para fortaleceros cada vez más en el dulce pero difícil amor al prójimo, indica al padre y a la madre como primer prójimo para ser amado por vosotros.
El hombre que, después que a Dios, sabe amar con perfección al padre y a la madre, más tarde sabrá contener con facilidad su violencia hacia el prójimo, ya sea éste ladrón, fornicador, perjuro, ya sea que envidie la mujer y los bienes ajenos. ¿Has comprendido, alma mía, la razón de amor que tuvo Dios en la disposición de los 10 mandamientos?
Quiso ayudaros, daros el modo de estar en Él y Él en vosotros, para que esta unión os dé un espíritu tan fuerte que salga victorioso siempre sobre la carne, el mundo, el demonio, y para que de esta victoria llegue al triunfo del Cielo, al gozo de Dios, a la vida eterna, al tiempo y al lugar maravillosos donde ya no hay luchas ni órdenes, donde la fatiga y el dolor han sido superados por completo, y hay sólo paz, paz, paz.
La misma paz que te dono, alma mía, para sostener tu sufrimiento y anticipar la que te espera allí, donde Yo estoy con el Padre y el Espíritu Santo, con María y los Santos».