¡Conviértanse, es urgente! “Yo no me canso mientras yo tenga vida, mientras Cristo me tenga con vida, voy a gritar, a gritar siempre: ¡Hermanos conviértanse! ¡Hermanos por favor conviértanse, es urgente! ¡No pierdan tiempo, es urgente! ¿Por qué? Porque muchos esperan grandes acontecimientos poco a poco. ¡No! ¡Los grandes acontecimientos se van a dar en pocos días! ¡Todos! Y vendrá el Aviso! [...] Confiemos en la palabra de Cristo, y pedimos el discernimiento al Espíritu Santo para no tomar decisiones equivocadas" –Luz de María.****
(464) Haz la Señal de la Cruz y lee todo sin prisa
§1: Su dolor era inmenso
§2: Ambos compartíamos el mismo sufrimiento
§3: Yo soy la Inmaculada Concepción

§1
(Lectura: 4 min.)
«Mis muy queridos, quiero explicarles cómo vivió Mi Madre Mi Pasión, Mi Crucifixión y Mi Muerte. Luego cómo vivió los días que siguieron.
Su dolor era inmenso, pero Ella sabía que Yo era Dios y que nada podía suceder fuera de Mi Voluntad. Lloró mucho porque lo que Yo vivía era muy cruel y no se lo desearías ni a tu peor enemigo.

Ella aceptaba cada momento sin rebelarse, como yo lo aceptaba en total sumisión a la Voluntad de Mi Padre. Cuando morí y bajé de la Cruz, Su Corazón se desgarró. Sí, se rompió, pero Ella comprendió la razón de Mis sufrimientos y de Mi Muerte. Ella lo sabía, pero eso no disminuyó Su dolor.
Y cuando aquella tarde [del viernes] volvió a casa con Juan, abatida y aturdida, sabía que la Resurrección estaba cerca y no dejó de rezar, uniéndose a Mí y a Dios Trinidad mientras esperaba el momento conocido de gloria y victoria. Estaba intensamente unida a Mí y, rezando, esperaba.
Juan no lo sabía, aunque debería haber recordado Mis palabras, mientras que Mi Madre lo sabía, tenía Fe y en aquellos momentos de profunda consternación, sostenía a la futura Iglesia sobre Sus hombros y en Su Corazón. Madre de la Iglesia, Ella la dio a luz y la Iglesia nació. La dio a luz tras intensos dolores, pero, firme en su Fe, nunca dudó.
Así es como Mi Madre se ganó el título de Madre de la Santa Iglesia, y lo merece absolutamente.

Ella abre Sus brazos a todos Sus hijos, los espera a todos, tal como Yo dije:
“y cuando Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos los hombres hacia Mí” (Jn 12, 32).
Yo sabía por qué estaba soportando esta Pasión y Mi Madre también lo sabía. Estábamos unidos en el sufrimiento como lo habíamos estado desde Mi nacimiento, Mi vida no tenía secretos para Ella, conocía a Su Hijo aunque era Dios y Ella tenía el mayor y más profundo apego a Dios.
Aunque no está registrado en los Evangelios, pero no podía ser de otra manera, me aparecí a Ella inmediatamente después de Mi Resurrección, Yo era Victorioso, Glorioso y muy Vivo [1].

Jesús Resucitado se aparece a Su Madre. “María ahora está postrada rostro en tierra (en la sala contigua al Cenáculo). Parece un pobre ser abatido. Parece esa flor de que ha hablado, esa flor muerta a causa de la sed. La ventana cerrada se abre con un impetuoso golpeo de las recias hojas, y, bajo el primer rayo del Sol, entra Jesús.
María, que se ha estremecido con el ruido y que alza la cabeza para ver qué ráfaga de viento ha abierto la ventana, ve a su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso que cuando todavía no había padecido; sonriente, vivo, más luminoso que el Sol, vestido con un blanco que parece luz tejida. Y le ve avanzar hacia Ella.
María se endereza sobre sus rodillas y, uniendo las manos sobre el pecho, dice con un singulto que es risa y llanto: «Señor, mi Dios». Y se queda arrobada, contemplándole con su rostro lavado todo en lágrimas, pero sereno ahora, sosegado por la sonrisa y el éxtasis.
Pero Él no quiere ver a su Madre de rodillas como una sierva. Y la llama tendiéndole las Manos, cuyas heridas emanan rayos que hacen aún más luminosa su Carne gloriosa: «¡Mamá!». Y no es esa palabra afligida de los coloquios y despedidas anteriores a la Pasión, ni el lamento desgarrado del encuentro en el Calvario y de la agonía. Es un grito de triunfo, de alegría, de liberación, de fiesta, de amor, de gratitud. Y se inclina hacia su Madre, que no osa tocarle, y le pone sus Manos bajo los codos doblados, la pone en pie, la aprieta contra su Corazón y la besa.
¡Oh, entonces María comprende que no es una visión, sino que es su Hijo realmente resucitado; que es su Jesús, el Hijo que sigue amándola como Hijo! Y, con un grito, se le arroja al cuello y le abraza y le besa, riendo y llorando.”
Mi Madre fue transformada por esto, como si ya estuviera en las alturas del Cielo. Ella no dijo nada al respecto porque Dios estaba dirigiendo Su Plan y Su futura Santa Iglesia.
§2
El sufrimiento de Mi Madre durante Mi Pasión y Crucifixión fue excesivo, tanto que quedó demolida por dentro.

Pero se mantuvo erguida y se volvió hacia Dios para apoyarse en Él. Él la sostuvo como si la sujetara por los codos, pues de otro modo Ella no habría podido sostenerse. Pero Su voluntad era permanecer junto a Su Hijo, y esta ayuda invisible impidió que se derrumbara.
Permaneció de pie, estoica, mirando a Su Hijo (durante todo el tiempo de la Crucifixión, Agonía y Muerte en la Cruz), animándole con Su mirada llorosa pero valiente, y Él mismo encontró cierto consuelo al verla así junto a Él.

[2] 100 % tal como se relata en “El Evangelio como me ha sido revelado” de María Valtorta, Volumen IX, Capítulo 609: “La Crucifixión, Muerte y Deposición de la Cruz”.
Yo sabía todo lo que Ella sentía, y ambos compartíamos el mismo sufrimiento. Mi sufrimiento era total, tanto moral como físico. Mi Madre sufría del mismo modo, pero Sus heridas eran internas.
Yo cuidé de Ella confiándola a Mi discípulo amado y Ella aceptó humildemente esta máxima consideración del Hijo de Dios y de sí misma, Su Madre.
§3
A través del Santo Sacrificio, obtuvo retroactivamente la exoneración del pecado original, la blancura inmaculada de Su Alma y Su título de Madre del Salvador.

“Yo soy la Inmaculada Concepción”, dijo en Lourdes a Su devota Bernadette, y adquirió este título al pie de la Cruz.
A través de la Cruz, el Señor Jesús reparó su Creación, devolviéndole su gracia, su apego divino y toda su belleza interior.
El diablo ya no era el único amo a bordo; la Santísima Virgen reparó el pecado de Eva, seguido del de Adán, y la criatura volvió a ser agradable a Dios. La gracia inundó de nuevo la tierra y los hombres ignorantes estropeados por el pecado pudieron dirigirse de nuevo a Dios Padre, su Padre por la gracia del Hijo en unión con el Espíritu Santo.
Os espero ahora, hijos Míos, hermanos Míos, amados Míos, sois Míos, redimidos y dignos de Mí mientras Me sigáis y Me deseéis.
Os bendigo, os amo, ¡os espero!
En el Nombre (+) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que así sea.
Vuestro Salvador crucificado y vuestro Dios».
El Evangelio como me ha sido revelado

El Evangelio como me ha sido revelado es la obra principal de María Valtorta. Esta extraordinaria obra completa narra la vida terrenal de Jesús, desde el nacimiento y la infancia de la Virgen María hasta la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Redentor, pasando por los comienzos de la Iglesia y la asunción de María. Conocida como «La Pluma de Dios», María Valtorta supo describir los tres años de la vida pública de Jesús con profundidad espiritual y riqueza literaria, dando como resultado una obra maestra de inspiración cristiana. La obra, amada por lectores de todo el mundo, está disponible en formato impreso y digital, para satisfacer las necesidades de un público moderno cada vez más interesado en la lectura espiritual.e (Centro Editoriale Valtortiano CEV)
Fuente: srbeghe.blog








“Si supierais cómo resplandecéis después de acercaros debidamente al Sacramento de la Confesión. (Jesús) está en el Confesionario y escucha cada palabra, ve en cada rincón de vuestro corazón y está deseoso de otorgar las gracias inherentes a Su Perdón.
“¡Os pido Mis hijos predilectos que paréis esta abominación! ¡No más ministros extraordinarios de la Eucaristía! ¡No más comuniones distribuidas por laicos, ni más comuniones en la mano!”



"Padre Celestial, hoy rindo mi corazón a Ti. Ayúdame a ser Tu instrumento en el mundo. Cúbreme con la Preciosa Sangre de Tu Divino Hijo. Protégeme de todo mal. Protégeme de cualquier plan maligno que Satanás pueda tener para mí el día de hoy. Revísteme de Tu Divina Voluntad. Amén"
"Santísima Madre de Dios, María, Protectora de la Fe, resguarda mi fe en el refugio de Tu Inmaculado Corazón. En él, protege mi fe de cualquier merodeador. Muéstrame las amenazas a mi fe y ayúdame a vencerlas. Amén"
"Me coloco en la presencia de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y por el poder de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, rompo, desbarato, pisoteo, aniquilo e invalido y cancelo de mi ser físico, síquico, biológico y espiritual, toda maldición que haya sido puesta sobre mí, sobre mi familia y árbol genealógico, por cualquier persona, familiar o antepasado por medio del ocultismo o espiritismo. Por el poder de la Sangre Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo y por la intercesión de la Santísima Virgen María, San Miguel, San Gabriel, y San Rafael, rompo e invalido toda maldición, cualquiera que sea su naturaleza en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén (Repetir 3 veces la oración)"
"Oh Jesús de la Divina Misericordia, escucha mis súplicas hacia Ti, pues estoy aquí para hacer tu voluntad."
"Oh Glorioso Patriarca San José, Padre adoptivo de Jesús y Esposo Humilde y Casto de María; poderoso intercesor de las almas y guardián Fiel de la Iglesia; acudimos a vos, amado Padre, para que te dignes ampáranos y socorrednos en la lucha espiritual contra los enemigos de nuestra alma. Ven en nuestro auxilio y por tu humildad y pureza, líbranos de todo mal. San José terror de los demonios, venid en mi auxilio (3 veces)."
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén"
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el Cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo; tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma al espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
"Oh, Corazones de Jesús y de María; me consagro, consagro mi familia y al mundo entero, a vuestros Amantísimos Corazones. Atended a la súplica que os hago y aceptad nuestros corazones en los Vuestros, para que seamos librados y protegidos nosotros y el mundo entero de toda maldad y de todo pecado. Que la protección de vuestros Dos Corazones, sean refugio, fortaleza y amparo, en las luchas espirituales de cada día. Que el poder de vuestros Dos Corazones, irradie al mundo para que sea protegido de la maldad y el pecado. Nos consagramos voluntariamente y consagramos a la humanidad entera avuestros Corazones; seguros y confiados por vuestra Gran Misericordia, de obtener la victoria sobre las fuerzas del mal en este mundo, y la Gloria Eterna en el Reino de Dios. Amén."