Jesús dice: (Jesús Nuestro Maestro, Vol. 1) Mis hijos, la paz sea con ustedes, ahora y siempre.
Mirad, que yo estoy entre ustedes así como estuve entre los Apóstoles en Cenáculo, cuando entré por las puertas cerradas después de mi Resurrección.
Les doy paz y con ello amor, pero también quiero expresarles mis deseos y prometerles mis bendiciones.
Soy Jesús de la Merced, y quiero darles merced, sobre todo a aquellas almas que pasan a diario de ésta a la otra vida.
Hay miles de personas que encuentran la muerte en los momentos más inesperados y de las maneras más diversas.
La muerte es implacable en su acción destructiva y no le importa ni la edad ni la condición de quien tenga que golpear. Ella lanza su golpe mortal y da.
Ustedes generalmente representan y piensan sobre la muerte de esta manera: como un esqueleto que lleva con una hoz en sus manos.
Si esta fantasía les ayuda a temer la muerte, no quisiera presentársela a sus ojos como lo hice ante mis seguidores y muy queridos niños.
La muerte, para cualquier creyente, es como un sirviente del Señor que abre la puerta a la eternidad.
Desde el momento en que la puerta de la vida humana se sierra, se abre la de la vida eterna, donde ocurren cosas importantes.
El cuerpo se descompone, pero no se pierde irrevocablemente, porque el día de la resurrección se reconstituirá y reunirá con el alma para disfrutar eternamente de la recompensa o sufrir el castigo que merece.
Del juicio de Dios, infinitamente justo, dependerá la condena o la gloria, la cual sera incambiable.
Hacia este momento culminante tan decisivo deben ustedes encaminar sus vidas.
Deben conducirla de tal manera que, a cualquier hora que llegue la muerte, no los sorprenderá desprevenidos sino equipados de buenas obras, listas para presentarlas al Juez supremo.
Ahora, díganme, mis hijos, cuántas son las almas que se preocupan por lo que les espera, pero no quieren seriamente prepararse.
Por eso les reprendo a que se comporten de esta manera especifica. Les suplico por todos los que mueren, clamando por ayuda con oraciones y encendiendo velas.
Hay veces que es suficiente un rayo de luz para animar los corazones, esclarecer las mentes y hacer que las voluntades actúen.
Una de sus peticiones es suficiente para hacer que Yo aplique los méritos de mi Merced, con lo cual se puede convertir y salvar a los que mueren.
Mis hijos, si ustedes vieran a uno de sus seres queridos al borde de un precipicio, ¿qué no harían ustedes para impedir que caigan?
¡Cuántas almas de sus hermanos están colgando al borde de un abismo de cuyas profundidades será imposible volverse a levantar!
Yo recordaré el bien que ustedes hagan a quienes mueren, hasta aquellos que no conocen, para que puedan recuperar la gracia, ya que siempre es cierto que, quien salve un alma, está predestinado a salvar la suya.
Los bendigo a todos.”
Jesús Nuestro Maestro (Ingles)