
(Haces la señal de la cruz ante de leer y lees todo sin prisa…) – 26 de mayo de 2024
«Queridos Fieles, queridos Hijos, queridos Amigos, “Todo poder Me ha sido dado en el Cielo y en la tierra” (Mt 28,18) – Evangelio para la fiesta de la Santísima Trinidad.
El Padre Me ha confiado la Justicia porque, como Hijo del hombre, soy el Primero entre los hombres; son a Mi imagen y semejanza, son hombres como Yo, con un cuerpo que someter, un alma que santificar y un espíritu que seguir. Vuestro cuerpo rebelde debe ser sumiso a vuestra alma, sumisa a su vez a vuestro Ángel de la Guarda, como lo fueron vuestros primeros padres, Adán y Eva, antes de la caída original.
La primera caída fue gravísima porque, conociendo a Dios por gracia, amistad y filiación, lo desobedecieron sin razón válida, por curiosidad y negligencia. Ignoraron Su advertencia, a pesar de que Dios les había dicho “no comeréis del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comáis de él moriréis” (Gn 2, 17). Pero Eva y luego Adán comieron de él y murieron. Sí, la muerte, de la que habían sido eximidos por la gracia, entró en sus vidas y posteriormente extinguió toda vida.
- La muerte del cuerpo es la imagen de la muerte del alma. Cuando el cuerpo muere, si no está en estado de gracia, se apodera de él el miedo, y muy a menudo ve con sus ojos, todavía vivos, a los demonios que acechan a su alrededor, dispuestos a devorarlo.
- Incluso una santa, Teresa de Ávila, tuvo grandes temores porque los demonios, al ver que su hermosa alma se les escapaba, se le manifestaron en sus últimos momentos, diciéndole que traicionara a su Dios y a su Maestro en esos últimos instantes que aún le permitían juzgarse a sí misma. Fue rescatada por su ángel de la guarda y no se arrepintió.
Los más grandes santos pueden ser tentados más allá de las fuerzas humanas, y la devoción al Ángel de la Guarda es un baluarte sólido e inexpugnable contra esos tormentos inesperados y agresivos.
Adán y Eva, tomados por sorpresa y tentados, ya no recordaron la advertencia divina, la desoyeron y, abrumados por la curiosidad y la atracción de lo que no conocían, se entregaron sin resistencia al abrazo mortal del demonio.
Le obedecieron, se maldijeron después, pero el mal estaba hecho, el hecho estaba consumado, y su indigencia se les hizo patente. La gracia santificante con la que habían sido revestidos desapareció y se encontraron desnudos, solos y desamparados. Dios les perdonó, sí, pero el mal que habían hecho no pudo ser borrado, pues es imposible retroceder en el tiempo.
- Lo mismo vale para vosotros, Mis hermanos y hermanas, Mis hijos. Vosotros tampoco podéis borrar el tiempo, y cuántos pecados habéis cometido de los que os arrepentís, pero que consideráis mortales hasta vuestra próxima confesión. El pecado es siempre mortal, y los llamados pecados veniales son de hecho mortales porque ningún pecado puede entrar en el Paraíso.
- Tendrás que erradicar hasta el último de ellos para poder entrar en el Paraíso, igual que Adán y Eva estaban sin pecado, sin la menor imperfección, en el Paraíso terrenal. Pero cuando pecaron, los Ángeles, por orden de Dios, dejaron de proteger sus fronteras y el paraíso terrenal desapareció, pasando a ser como el resto de la tierra sobre la que ya reinaba el Príncipe de este mundo. Adán y Eva se escondieron de Dios, pero de Él no hay que esconderse: Él lo sabe todo, lo ve todo, lo comprende todo.
Yo mismo vine a la tierra para salvar a los hombres de su tutela satánica y por Mi Muerte victoriosa en la Cruz, victoriosa por Mi sumisión a la Voluntad divina, cualquiera que sea, he restituido a Mi Padre celestial el Honor que le era debido. Todo lo acepté de Su divina Providencia: los bellos momentos de Mi intimidad familiar con Mi Santísima Madre y San José, tan buenos, tan mansos y tan obedientes a la Voluntad divina; los esfuerzos, las renuncias, el abnegamiento de Mi persona en el ejercicio de Mi apostolado y luego los excesivos dolores físicos de Mi Pasión y de Mi Crucifixión. También los dolores morales, porque las culpas de cada una de Mis criaturas Me fueron arrojadas a la cara y Yo las soporté todas.
Dios Padre Me nombró entonces Juez de vivos y muertos, pues ¿quién mejor que Yo, Hijo del Hombre en Mi Humanidad, pero Hijo de Dios en Mi Divinidad, habría sido digno de este cargo? Con Mi propia humanidad, he amado a los hombres, Mis hermanos, y en Mi divinidad, los he amado como Mis criaturas, destinadas a amarme también a Mí con un amor profundo, sensible y eterno.
Yo soy vuestro Juez y los demonios tiemblan y se postran con odio ante Mí. Ellos ya han sido juzgados, pero vosotros, hombres, seréis juzgados públicamente y a plena luz del día durante el gran y terrible Juicio Final. Ese día será inolvidable, y cada uno de vosotros se confesará públicamente en una gran confesión general, y seréis absueltos o condenados a la vista de todos. Nada ni nadie será olvidado, y este gran Juicio será el momento más solemne de toda vuestra existencia. Nada será más hermoso, porque admiraréis la santidad conocida o desconocida de vuestros hermanos, admiraréis la humildad de estas confesiones y la misericordia o la justicia de la sentencia indiscutible que seguirá.
Estaréis todos elevados sobre un lecho de almas purulentas que desaparecerán de vuestros ojos y pensamientos al final de este gran y solemne Juicio.
Partirán hacia su eternidad de desesperación, habiéndolo perdido todo hasta la más baja autoestima. Carecerán de todo, estando en la más profunda angustia, sin nada que les consuele, sin amigos, sin riquezas, en la más total indigencia y en el terror permanente porque los demonios les maltratarán y odiarán para siempre [1].
Tal será el terrible futuro de las almas malvadas, taimadas, codiciosas, orgullosas y egoístas que han rechazado a Dios y que Le odiarán por toda la Eternidad en su guarida de la que nadie podrá escapar jamás.
Sí, Yo soy el Justo Juez, todo poder Me ha sido dado en el Cielo y en la Tierra y bienaventurados los justos que habrán aprovechado el tiempo que se les ha dado en la Tierra para santificarse, para olvidarse de sí mismos y para imitar el ejemplo de su Señor Jesucristo, su Dios y su Maestro.
Os bendigo, hijos Míos, con las bendiciones de Mi Padre y os amo. Imitad Mi vida, Mi mansedumbre, Mi bondad, Mi docilidad a la Divina Voluntad, Mi caridad, todas Mis virtudes y la donación total de Mí mismo, sin haber retenido nada para Mí.
Os bendigo, amadme, imitadme y sed perseverantes. En el Nombre (+) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.
Vuestro Señor y Juez Divino.»
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Fuente: srbeghe.blog