¡Conviértanse, es urgente! “Yo no me canso mientras yo tenga vida, mientras Cristo me tenga con vida, voy a gritar, a gritar siempre: ¡Hermanos conviértanse! ¡Hermanos por favor conviértanse, es urgente! ¡No pierdan tiempo, es urgente! ¿Por qué? Porque muchos esperan grandes acontecimientos poco a poco. ¡No! ¡Los grandes acontecimientos se van a dar en pocos días! ¡Todos! Y vendrá el Aviso! [...] Confiemos en la palabra de Cristo, y pedimos el discernimiento al Espíritu Santo para no tomar decisiones equivocadas" –Luz de María.****
(Haz la señal de la cruz antes de leer y lee hasta el final…) – 26 de julio de 2020
(DeepL Translator) “El Misterio de la Encarnación -la palabra misterio es real- se realizó cuando el tiempo de la venida de Jesucristo a la tierra estaba maduro para Su enseñanza y para Su Sacrificio salvador y reparador del pecado original.
Este pecado era gravísimo, pues degradaba la naturaleza misma del hombre y hería, incluso atrofiaba, el don de Dios.

A Adán y Eva sólo les quedaba la vida corporal; su vida superior, la del alma, fue vaciada de sus cualidades superiores, de su autoridad sobre el cuerpo, de la fuente divina que fluía en ella y la reavivaba continuamente como un fuego inextinguible, el fuego del Espíritu Santo.
Cuando se cometió el pecado, después de haberlo pensado y realizado a sabiendas, es decir, con pleno conocimiento y consentimiento, según la fórmula católica del pecado grave y mortal para el alma, los dos primeros humanos se sintieron avergonzados y profundamente humillados. Pronto se dieron cuenta de que sus almas habían sido injertadas en una rama del mal, que este injerto era indeleble y alteraba profundamente su persona.
Sintieron físicamente que sus cuerpos, primaban sobre sus almas; el alma, que había estado en primer plano, frente al cuerpo, desaparecía en la sombra de su estado carnal. Esta sensación de pesadez física era nueva para ellos, y se dieron cuenta de que su cuerpo ejercía una nueva presión, mientras que antes sus almas decidían lo que sus cuerpos necesitaban para subsistir; ahora su cuerpo se había vuelto exigente: tenía hambre o sed y prefería ser saciado antes que esperar, se había vuelto imperioso mientras que antes era sumiso y siempre obediente. Su cuerpo, que le permitía ver, oír, saborear, oler y moverse, se había vuelto como único, y el alma casi había desaparecido, sofocada por esta vida carnal que mandaba y ocupaba todo el espacio aparente de la vida humana.

Su intelecto, que respondía al alma en estado de gracia, sometida a la Voluntad de Dios y a todo lo que Dios quería para ella, había perdido ese fervor interior, ese amor a Dios que les había parecido tan natural y predominante, y ahora tenían que pensar por sí mismos, mientras que antes Dios les iluminaba y les comunicaba Su conocimiento y Sus consejos.
La naturaleza misma les parecía cambiada. Les parecía más apagada, como la luz del invierno comparada con la del verano. Les parecía como si se hubiera desvanecido, incluso marchitado. Y, en efecto, era como si hubiera llegado una estación diferente, cuyos efectos aún no habían experimentado. La tierra les había dado todo lo que necesitaban, y ahora también parecía haberse secado.
Les faltaba la gracia santificante de la que habían estado privados hasta el perdón de Dios, y por primera vez se sintieron desconcertados y turbados. Se veían tal como eran y sabían de la necesidad de cubrirse. La concupiscencia había entrado en sus almas, aunque habían estado libres de ella.
Este cambio de estado, tanto físico como intelectual, los sacudió profundamente, y comprendieron la inmensa diferencia que los había afectado, la inmensa decrepitud en que el pecado los había hecho caer, el inmenso insulto hecho a su Dios, Maestro, Señor y tierno Amigo, que tanto los había mimado.

Dios volvió a mostrarse ante ellos, pero esta vez como Juez, misericordioso ciertamente, pero severo y justo también. Los perdonó después de que se hubieron confesado, pero el hombre y la mujer, habiendo trastocado ellos mismos el orden establecido por el don divino, permanecieron en este nuevo estado, pues es imposible borrar el tiempo, en todo o en parte. Se habían puesto en manos del tentador, su estado estaba disminuido en comparación con el don de Dios recibido en su creación, y durante toda su larga vida, 930 años para Adán (Gn 5,5), lloraron su falta y el considerable insulto hecho a Dios en Su obra.
Que Dios sea fervientemente alabado y amado por Su Justicia y Su Misericordia, por las que envió al Salvador, Cristo Jesús, para perdonar a los hombres, salvarlos, abrirles de nuevo el Cielo y hacerlos coherederos de Dios Padre, hermanos de Dios Hijo y adoradores perpetuos de Dios Espíritu Santo.”
Fuente: srbeghe.blog








“Si supierais cómo resplandecéis después de acercaros debidamente al Sacramento de la Confesión. (Jesús) está en el Confesionario y escucha cada palabra, ve en cada rincón de vuestro corazón y está deseoso de otorgar las gracias inherentes a Su Perdón.
“¡Os pido Mis hijos predilectos que paréis esta abominación! ¡No más ministros extraordinarios de la Eucaristía! ¡No más comuniones distribuidas por laicos, ni más comuniones en la mano!”



"Padre Celestial, hoy rindo mi corazón a Ti. Ayúdame a ser Tu instrumento en el mundo. Cúbreme con la Preciosa Sangre de Tu Divino Hijo. Protégeme de todo mal. Protégeme de cualquier plan maligno que Satanás pueda tener para mí el día de hoy. Revísteme de Tu Divina Voluntad. Amén"
"Santísima Madre de Dios, María, Protectora de la Fe, resguarda mi fe en el refugio de Tu Inmaculado Corazón. En él, protege mi fe de cualquier merodeador. Muéstrame las amenazas a mi fe y ayúdame a vencerlas. Amén"
"Me coloco en la presencia de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y por el poder de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, rompo, desbarato, pisoteo, aniquilo e invalido y cancelo de mi ser físico, síquico, biológico y espiritual, toda maldición que haya sido puesta sobre mí, sobre mi familia y árbol genealógico, por cualquier persona, familiar o antepasado por medio del ocultismo o espiritismo. Por el poder de la Sangre Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo y por la intercesión de la Santísima Virgen María, San Miguel, San Gabriel, y San Rafael, rompo e invalido toda maldición, cualquiera que sea su naturaleza en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén (Repetir 3 veces la oración)"
"Oh Jesús de la Divina Misericordia, escucha mis súplicas hacia Ti, pues estoy aquí para hacer tu voluntad."
"Oh Glorioso Patriarca San José, Padre adoptivo de Jesús y Esposo Humilde y Casto de María; poderoso intercesor de las almas y guardián Fiel de la Iglesia; acudimos a vos, amado Padre, para que te dignes ampáranos y socorrednos en la lucha espiritual contra los enemigos de nuestra alma. Ven en nuestro auxilio y por tu humildad y pureza, líbranos de todo mal. San José terror de los demonios, venid en mi auxilio (3 veces)."
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén"
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el Cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo; tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma al espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
"Oh, Corazones de Jesús y de María; me consagro, consagro mi familia y al mundo entero, a vuestros Amantísimos Corazones. Atended a la súplica que os hago y aceptad nuestros corazones en los Vuestros, para que seamos librados y protegidos nosotros y el mundo entero de toda maldad y de todo pecado. Que la protección de vuestros Dos Corazones, sean refugio, fortaleza y amparo, en las luchas espirituales de cada día. Que el poder de vuestros Dos Corazones, irradie al mundo para que sea protegido de la maldad y el pecado. Nos consagramos voluntariamente y consagramos a la humanidad entera avuestros Corazones; seguros y confiados por vuestra Gran Misericordia, de obtener la victoria sobre las fuerzas del mal en este mundo, y la Gloria Eterna en el Reino de Dios. Amén."