¡Conviértanse, es urgente! “Yo no me canso mientras yo tenga vida, mientras Cristo me tenga con vida, voy a gritar, a gritar siempre: ¡Hermanos conviértanse! ¡Hermanos por favor conviértanse, es urgente! ¡No pierdan tiempo, es urgente! ¿Por qué? Porque muchos esperan grandes acontecimientos poco a poco. ¡No! ¡Los grandes acontecimientos se van a dar en pocos días! ¡Todos! Y vendrá el Aviso! [...] Confiemos en la palabra de Cristo, y pedimos el discernimiento al Espíritu Santo para no tomar decisiones equivocadas" –Luz de María.****
(CEV) “Los Quadernos 1944”, p. 99
Maria Valtorta: “Lo que estoy viendo esta noche: Veo una inmensa extensión de tierra; podría llamarla mar, porque no tiene confines.
La defino “tierra” porque hay tierra como en los campos y en los caminos. Pero no existe un árbol, una rama, una brizna de hierba. Sólo hay polvo, polvo y más polvo.
Todo esto lo veo a una luz que no es luz. Se trata de un resplandor apenas definido, lívido, con un matiz verde-violáceo como se advierte cuando se desata un fortísimo temporal o se produce un eclipse total. Es una luz, que da miedo, como de astros apagados.
Eso es: no hay astros en el cielo. No hay estrellas, ni luna, ni sol. El cielo está vacío y así también la Tierra. El uno está despojado de sus flores de luz; la otra, de su vida vegetal y animal.
Son dos inmensos despojos de lo que ya ha sido. Tengo todo el tiempo para contemplar esta desolada visión de la muerte del universo, que creo será semejante a la de su primer instante’, cuando ya existían el cielo y la Tierra pero en el primero no había astros y la segunda estaba desprovista de vida; cuando era un globo solidificado pero aún deshabitado, que surcaba el espacio a la espera que el dedo del Creador le otorgara hierbas y animales.
¿Por qué comprendo que se trata de la visión de la muerte del universo? Por una de esas “segundas voces”, que no sé de quién provienen, pero que obran en mí como el coro en las tragedias antiguas: son las que indican especiales aspectos, que los protagonistas no ilustran por sí mismos.
Precisamente es lo que deseo decirle y que le diré más tarde. Mientras mis ojos recorren esta desolada escena cuya necesidad no comprendo, veo a la Muerte’, salida quién sabe de dónde, erguida en medio de la inconmensurable llanura. Es un esqueleto que ríe, con sus dientes descubiertos y sus órbitas vacías, que reina en ese mundo muerto y va envuelto en su sudario como en un manto. No lleva la guadaña. Ya lo ha guadañado todo. Gira su mirada hueca sobre su siega y ríe con sarcasmo.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Luego abre esos brazos esqueléticos y también las manos, que son sólo un puñado de huesos descarnados y esta figura, gigantesca y omnipresente – o, mejor dicho, omnicercana -, me apoya un dedo, el índice de su diestra, sobre la frente. Siento el frío glacial del hueso puntiagudo, que parece perforarme la frente y entrarme como una aguja de hielo en la cabeza.
Pero comprendo que el único significado de este gesto es el de llamar mi atención sobre lo que está sucediendo. En efecto, con un gesto del brazo izquierdo me indica la desolada extensión sobre la que estamos de pie, ella como reina y yo como único ser viviente.
Ante la tácita orden de los dedos esqueléticos de su mano izquierda y con el rítmico girar de derecha a izquierda de su cabeza, la tierra se abre en mil y una grieta y en el fondo de estos surcos oscuros veo blanquear cosas esparcidas, sin comprender qué son. Mientras me esfuerzo en pensar qué son, la mirada y el mando imperioso de la Muerte siguen surcando, como un arado, los terrones – que van abriéndose cada vez más hasta el horizonte lejano – hienden las olas del mar sin velas y las aguas se abren formando vórtices líquidos.
Y luego, de los surcos de tierra y de los surcos de mar surgen y se ordenan esos objetos blancos que he visto antes esparcidos y mezclados. Son millones y millones, infinitos millones de esqueletos que afloran de los océanos y que se alzan de la tierra.
Son esqueletos de las más variadas estaturas, desde los minúsculos de los niños, con las manos semejantes a pequeñas arañas polvorientas, hasta los de hombres adultos, y a veces gigantescos, cuya mole hace imaginar algún ser antediluviano. Y están estupefactos, como si temblaran, semejantes a quien se despierta bruscamente de un sueño profundo y no logra comprender dónde se encuentra.
La vista de todos esos cuerpos esqueléticos, que parecen blancuzcos en medio de esa “no luz” apocalíptica, es tremenda.
Luego, en torno a esos esqueletos va condensándose lentamente como una cerrazón, una niebla que surge del suelo agrietado, de los mares hendidos, y toma forma y opacidad, se hace carne, se transforma en un cuerpo semejante al nuestro de seres vivos; en las órbitas vuelven a formarse los ojos y brillan los matizados iris, los pómulos se cubren formando las mejillas, sobre las mandíbulas descubiertas se extienden las encías y los labios vuelven a delinearse y los cráneos se pueblan de cabellos y los brazos vuelven a ser torneados y los dedos ágiles y todo el cuerpo es ya un cuerpo vivo, igual que el nuestro. Son cuerpos vivos, igual que el nuestro, pero ostentan diferentes aspectos.
Hay cuerpos bellísimos, tan perfectos en las formas y los colores que son semejantes a obras de arte.
Hay otros horrendos, que no lo son debido a verdaderas cojeras o deformaciones, sino porque su aspecto general les avecina más al bruto que al hombre.
Tienen ojos torvos, el rostro contraído, un aspecto feroz, y lo que más me impresiona es la tenebrosidad que emana del cuerpo y que aumenta la lividez del aire que les circunda. En cambio, los más bellos tienen mirar risueño, rostro sereno, aspecto dulce, y emanan una luminosidad que forma una aureola en torno a ellos, de la cabeza a los pies, y que se irradia también alrededor. Si todos fueran como los primeros, la oscuridad se haría total, hasta el punto que lo ocultaría todo.
Pero, gracias a los segundos, no sólo aumenta la luminosidad sino que la aumenta tanto, que puedo ver todo perfectamente.
Los feos, acerca de cuyo destino maldito no albergo dudas puesto que llevan esta maldición grabada en la frente, callan mientras echan a su alrededor miradas atemorizadas y siniestras, de lo bajo a lo alto, y se agrupan de un lado obedeciendo a una orden que no oigo, pero que alguien les debe de haber dado y que los resucitados han percibido.
También los muy bellos se reúnen sonriéndose y mirando a los feos con una mezcla de piedad y horror.
Y además cantan, entonan un coro, lento y suave, de bendición a Dios. No veo nada más. Comprendo que he contemplado la resurrección final”.
Jesus dice: “Cuando el tiempo haya terminado y la vida sea únicamente la Vida en el cielo, antes de ser disuelto completamente, el universo volverá a ser – como has pensado – lo que era al principio. Esto acontecerá cuando Yo haya juzgado.
Muchos creen que desde el momento postrero hasta el Juicio universal transcurrirá sólo un instante. Mas, ¡oh, hija!, Dios será bueno ‘hasta el fin. Dios será bueno y justo.
No todos los seres vivientes de la hora extrema serán santos, ni todos serán réprobos. Entre los primeros habrá algunos que ya están destinados al Cielo pero que tienen algo que expiar. Yo sería injusto si les privara de la expiación que ordené para todos los que les precedieron y que, en la hora de la muerte, se encontraban en sus mismas condiciones.
Por eso, mientras llegarán para otros planetas la justicia y el momento final y uno a uno se irán apagando los astros del cielo como antorchas sobre las que se sopla, y la oscuridad y el hielo irán aumentando, en mis horas, que son vuestros siglos, (y ya ha comenzado la hora de la oscuridad, tanto en el cielo como en los corazones), los seres vivientes del último instante, los que hayan muerto en el último instante, que sean merecedores del Cielo pero que necesiten aún una purificación, serán destinados al fuego purificador.
Aumentaré el calor de dicho fuego para que sea más rápida la purificación y los bienaventurados no esperen demasiado para llevar a la glorificación su carne santa y hacerla gozar al ver a su Dios, a su Jesús, en su perfección y en su triunfo.
Es por eso que has visto la Tierra sin prados ni árboles, ni animales, ni hombres, ni vida y los océanos sin velas, como una llanura de aguas inmóviles, porque el movimiento ya no les será necesario para dar la vida a los peces, así como a la tierra no le necesitará el calor para dar la vida a las mieses y a los hombres.
Es por eso que has visto el firmamento vacío de luces, sin sus fuegos y sus resplandores. La luz y el calor no le harán falta más a la Tierra, que será ya como un enorme cadáver que en sí encierra los cadáveres de todos los seres vivientes, desde Adán hasta el último hijo de Adán.
La Muerte, mi última servidora en la Tierra, cumplirá su última tarea y luego también ella cesará de existir. Ya no habrá Muerte. Habra tan sólo Vida eterna. Habrá Vida en la beatitud o en el horror. Habrá Vida en Dios o vida en Satanás para vuestro yo, que se habrá vuelto a componer en cuerpo y alma.
Maria Valtorta: Los cuadernos. 1943; 1944; 1945



Los Cuadernos recogen escritos sobre temas ascéticos, bíblicos, doctrinales, de crónica autobiográfica, además de descripciones de escenas evangélicas y de martirios de primeros cristianos. Contenido tomado de la obra de María Valtorta con el permiso del “Centro Editoriale Valtortiano Srl”. – Viale Piscicelli, 89/91 – 03036 Isola del Liri, (FR – Italia), que tiene todos los derechos sobre las obras de Maria Valtorta









“Si supierais cómo resplandecéis después de acercaros debidamente al Sacramento de la Confesión. (Jesús) está en el Confesionario y escucha cada palabra, ve en cada rincón de vuestro corazón y está deseoso de otorgar las gracias inherentes a Su Perdón.
“¡Os pido Mis hijos predilectos que paréis esta abominación! ¡No más ministros extraordinarios de la Eucaristía! ¡No más comuniones distribuidas por laicos, ni más comuniones en la mano!”



"Padre Celestial, hoy rindo mi corazón a Ti. Ayúdame a ser Tu instrumento en el mundo. Cúbreme con la Preciosa Sangre de Tu Divino Hijo. Protégeme de todo mal. Protégeme de cualquier plan maligno que Satanás pueda tener para mí el día de hoy. Revísteme de Tu Divina Voluntad. Amén"
"Santísima Madre de Dios, María, Protectora de la Fe, resguarda mi fe en el refugio de Tu Inmaculado Corazón. En él, protege mi fe de cualquier merodeador. Muéstrame las amenazas a mi fe y ayúdame a vencerlas. Amén"
"Me coloco en la presencia de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y por el poder de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, rompo, desbarato, pisoteo, aniquilo e invalido y cancelo de mi ser físico, síquico, biológico y espiritual, toda maldición que haya sido puesta sobre mí, sobre mi familia y árbol genealógico, por cualquier persona, familiar o antepasado por medio del ocultismo o espiritismo. Por el poder de la Sangre Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo y por la intercesión de la Santísima Virgen María, San Miguel, San Gabriel, y San Rafael, rompo e invalido toda maldición, cualquiera que sea su naturaleza en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén (Repetir 3 veces la oración)"
"Oh Jesús de la Divina Misericordia, escucha mis súplicas hacia Ti, pues estoy aquí para hacer tu voluntad."
"Oh Glorioso Patriarca San José, Padre adoptivo de Jesús y Esposo Humilde y Casto de María; poderoso intercesor de las almas y guardián Fiel de la Iglesia; acudimos a vos, amado Padre, para que te dignes ampáranos y socorrednos en la lucha espiritual contra los enemigos de nuestra alma. Ven en nuestro auxilio y por tu humildad y pureza, líbranos de todo mal. San José terror de los demonios, venid en mi auxilio (3 veces)."
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén"
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el Cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo; tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma al espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
"Oh, Corazones de Jesús y de María; me consagro, consagro mi familia y al mundo entero, a vuestros Amantísimos Corazones. Atended a la súplica que os hago y aceptad nuestros corazones en los Vuestros, para que seamos librados y protegidos nosotros y el mundo entero de toda maldad y de todo pecado. Que la protección de vuestros Dos Corazones, sean refugio, fortaleza y amparo, en las luchas espirituales de cada día. Que el poder de vuestros Dos Corazones, irradie al mundo para que sea protegido de la maldad y el pecado. Nos consagramos voluntariamente y consagramos a la humanidad entera avuestros Corazones; seguros y confiados por vuestra Gran Misericordia, de obtener la victoria sobre las fuerzas del mal en este mundo, y la Gloria Eterna en el Reino de Dios. Amén."