(CEV) “El Evangelio como me ha sido revelado”, Vol. X, p. 85
Un intervalo de silencio. Luego nítidas en la obscuridad total las palabras: «¡Todo está cumplido!» […] Otro intervalo de silencio […] Luego… adviene el último espasmo de Jesús. Una convulsión atroz, que parece quisiera arrancar del madero el cuerpo clavado con los tres clavos, sube tres veces de los pies a la cabeza […]
Todo el cuerpo se pone rígido. En la última de las tres contracciones, es un arco tenso, vibrante -verlo es tremendo-. Luego, un grito potente, inimaginable en ese cuerpo exhausto, estalla, rasga el aire; es el “gran grito” de que hablan los Evangelios y que es la primera parte de la palabra “Mamá”… Y ya nada más…
La cabeza cae sobre el pecho, el cuerpo hacia delante, el temblor cesa, cesa la respiración. Ha expirado. La Tierra responde al grito del Sacrificado con un estampido terrorífico. Parece como si de mil bocinas de gigantes provenga ese único sonido, y acompañando a este tremendo acorde, óyense las notas aisladas, lacerantes, de los rayos que surcan el cielo en todos los sentidos y caen sobre la ciudad, en el Templo, sobre la muchedumbre…
Creo que alguno habrá sido alcanzado por rayos […]. Longino, Juan, los soldados, se asen a donde pueden, como pueden, para no caer al suelo. Pero Juan, mientras con un brazo agarra la cruz, con el otro sujeta a María, la cual, por el dolor y el temblor de la tierra, se ha reclinado en su corazón. Tres veces se repiten el terremoto y el huracán. Luego, la inmovilidad absoluta de un mundo muerto. Sólo relámpagos, pero sin trueno, surcan el cielo e iluminan la escena de los judíos que huyen en todas las direcciones, con las manos entre el pelo o extendidas hacia delante o alzadas al cielo (ese cielo injuriado hasta este momento y del que ahora tienen miedo). […]
El golpe de lanza al costado de Jesús
Es entonces cuando Longino se acerca a Juan y le dice en voz baja unas palabras […] luego pide a un soldado una lanza. […] [El] se pone enfrente del Crucificado, estudia bien el golpe y luego lo descarga. La larga lanza penetra profundamente de abajo arriba, de derecha a izquierda. […] De la herida mana mucha agua y un hilito sutil de sangre que ya tiende a coagularse. […] Los dos ladrones, exhaustos por el miedo, ya no dicen nada. […]
Longino llama a los cuatro verdugos, que están cobardemente acurrucados al amparo de la roca, todavía aterrorizados por lo que ha sucedido, y ordena que se ponga fin a la vida de los ladrones a golpes de clava. Y así se lleva a cabo: sin protestas, por parte de Dimas, al que el golpe de clava, asestado en el corazón después de haber batido en las rodillas, quiebra en su mitad, entre los labios, con un estertor, el nombre de Jesús; con maldiciones horrendas, por parte del otro ladrón: el estertor de ambos es lúgubre.[…]
Jesús es bajado de la cruz
Los cuatro verdugos hacen ademán de querer desclavar de la cruz a Jesús. Pero José y Nicodemo no lo permiten. También José se quita el manto, y dice a Juan que haga lo mismo y que sujete las escaleras mientras suben con barras (para hacer palanca) y tenazas.[…] María se pone ya a los pies de la cruz, sentada de espaldas a ella, preparada para recibir a su Jesús en el regazo.
Juan sigue sujetando a Jesús, por las axilas; la cabeza reclinada y vuelta sobre su hombro. Contemporáneamente, Nicodemo y José lo aferran: uno por los hombros, el otro por las rodillas. Así, cautamente, bajan por las escaleras. […] Ya está en el regazo de su Madre… Y parece un niño grande cansado durmiendo, recogido todo, en el regazo materno. […] En el Calvario quedan las tres cruces, de las cuales la del centro está desnuda y las otras dos tienen aún su vivo trofeo moribundo.