(CEV) “El Evangelio como me ha sido revelado”, Vol. X, p. 74
Jesús dice ahora sus primeras palabras:
Jesús: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!»
Esta súplica le hace superar todo temor a Dimas.
Se atreve a mirar a Cristo, y dice: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. Yo, es justo que aquí sufra. Pero dame misericordia y paz más allá de esta vida. Una vez te oí hablar, y, como un demente, rechacé tu palabra. Ahora, de esto me arrepiento. Y me arrepiento ante ti, Hijo del Altísimo, de mis pecados. Creo que vienes de Dios. Creo en tu poder. Creo en tu misericordia. Cristo, perdóname en nombre de tu Madre y de tu Padre santísimo».
Jesús se vuelve y le mira con profunda piedad, y todavía expresa una sonrisa bellísima en esa pobre boca torturada. Dice:
Jesús: «Yo te lo digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
“Mujer: ahí tienes a tu hijo. Hijo: ahí tienes a tu Madre”
[…] En efecto, muchos empiezan a impresionarse de la luz que está envolviendo al mundo, y alguno tiene miedo. […] También los soldados señalan al cielo y a una especie de cono, tan obscuro, que parece hecho de pizarra, y que se eleva como un pino por detrás de la cima de un monte.[…]
Es en esta luz crepuscular y amedrentadora en la que Jesús da Juan a María y María a Juan. Inclina la cabeza, dado que María se ha puesto más debajo de la cruz para verle mejor, y dice:
Jesús: «Mujer: ahí tienes a tu hijo. Hijo: ahí tienes a tu Madre». […]
“¡Eloi, Eloi, lamma sebacteni!”
Los sufrimientos son cada vez más fuertes. En el cuerpo se dan las primeras encorvaduras propias de la tetania, y cada manifestación del clamor de la muchedumbre los exaspera. […] Con gran dificultad, apoyando una vez más en los pies torturados, encontrando fuerza en su voluntad, únicamente en ella, Jesús se pone rígido en la cruz. Se pone de nuevo derecho, como si fuera una persona sana con su fuerza completa. Alza la cara y mira con ojos bien abiertos al mundo que se extiende bajo sus pies, a la ciudad lejana, que apenas es visible . […]
Él le grita con fuerte voz, venciendo con la fuerza de la voluntad, con la necesidad del alma, el obstáculo de las mandíbulas rígidas, de la lengua engrosada, de la garganta edematosa:
Jesús:«¡Eloi, Eloi, lamma sebacteni!» (esto es lo que oigo).
Debe sentirse morir, y en un absoluto abandono del Cielo, para confesar con una voz así el abandono paterno. La gente se burla de Él y se ríe. Le insultan […]
¡Tengo sed!
La obscuridad se hace más densa todavía. Jerusalén desaparece del todo. Las mismas faldas del Calvario parecen desaparecer. Sólo es visible la cima […] Y desde esa luz que ya no es luz llega la voz quejumbrosa de Jesús: .
Jesus: «¡Tengo sed!»
[…] Un soldado se dirige hacia un recipiente […] and offers the sponge to the Dying Victim.
Jesús se aproxima, ávido, hacia la esponja que llega: parece un pequeñuelo hambriento […]. Jesús, que ha chupado ávidamente la áspera y amarga bebida, tuerce la cabeza henchido de amargura por la repugnancia.
Ante todo, debe ser corrosiva sobre los labios heridos y rotos.Se retrae, se afloja, se abandona. Todo el peso del cuerpo gravita sobre los pies y hacia delante. Son las extremidades heridas las que sufren la pena atroz de irse hendiendo sometidas a la tensión de un cuerpo abandonado a su propio peso. […] Y cada vez más feble, volviendo al quejido infantil del niño, se oye la invocación: . Y .
Jesus: «¡Mamá!»
la pobre susurra:
Maria Madre de Jesús: «Sí, tesoro, estoy aquí»
Y cuando, por habérsele velado la vista, dice:
Jesús: «Mamá, ¿dónde estás? Ya no te veo. ¿También tú me abandonas?»
Maria Valtorta:
El Evangelio como me ha sido revelado
